UNA SOLEDAD MUY PARECIDA A LA FELICIDAD

Una soledad muy parecida a la felicidad


23.03.2019 | 23:58

El escritor ruso Yuri Kariakin, uno de los ideólogos de la Perestroika, solía decir: "Hay dos obras clave para un intelectual ruso: 'Los demonios', de Dostoievski, y 'Archipiélago Gulag', de Solzhenitsin". La primera es una advertencia del infierno que se abre ante nosotros. 'Archipiélago Gulag' se encuentra a la salida del infierno, es como un inventario de lo que hicieron con nosotros. Se necesitó 'Archipiélago Gulag' para comprender 'Los demonios". En la década de los noventa los rusos asistieron a la hecatombe del sistema comunista y pasaron a vivir en un mundo dominado por valores capitalistas. De esta transformación da cuenta la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich en una pentalogía a la que ha llamado "Voces de la Utopía" elaborada a partir de "voces", que siempre son entrevistas con testigos de los hechos: "La guerra no tiene nombre de mujer", "Últimos testigos", "Los muchachos de zinc" y "Voces de Chernóbil" balizan el recorrido de Svetlana por la muerte en la URSS comunista.
El último libro de esta pentalogía traducido al castellano por Jorge Ferrer con el título de "El fin del Homo sovieticus" (Acantilado, 2015) puede sumarse a ese lugar privilegiado que ocupan "Los demonios" y "Archipiélago Gulag". Porque es muy difícil describir tan rigurosamente la transformación de la sociedad rusa en el último cuarto de siglo como lo hace Aleksiévich. Este libro llevó a su autora a ganar el Premio Nobel de Literatura de 2015.
Svetlana Aleksiévich nació en Ucrania en 1948 pero pronto se trasladó a Minsk, Bielorrusia, donde estudió periodismo. Comprometida con la aproximación a Occidente y las libertades ilustradas, fue muy crítica con Lukashenko lo que le costó el exilio en el año 2000. En el año 2011 volvió a Minsk.
Toda su obra busca narrar los sufrimientos de los soviéticos en la época comunista. "Mi generación creció entre víctimas y verdugos. Siempre con el miedo ordenando la vida comunitaria", explica. La obra cumbre de su pentalogía es "El fin del Homo sovieticus". En ella Aleksiévich confronta a los rusos de los años noventa con el cataclismo social que supuso la muerte de la URSS. Entrevista a entrevista, palabra tras palabra, Aleksiévich va tomando minuciosamente nota de la resonancia que estos acontecimientos tienen en quienes los vivieron. El resultado es una honda desolación. "Hoy en los países de la antigua URSS hemos de convivir con las ratas que salieron de nuestra propia alma. No supimos construir el famoso 'socialismo de rostro humano' y el poder lo han tomado ladrones o asesinos procedentes del viejo régimen". "Creíamos que todos los males estaban tras los muros del Kremlin y no supimos crear una alternativa al 'Homo sovieticus', ese plan del marxismo-leninismo para transformar la naturaleza humana".
Entre los capítulos que componen esa hermosa sinfonía que es "El fin del Homo sovieticus" hay algunos de una especial potencia emocional. Hay uno especialmente bello, un verso libre en el viaje a los infiernos. Se titula "De una soledad muy parecida a la felicidad". Es una conversación entre Svetlana Aleksiévich y una ejecutiva llamada Alisa Z., de 35 años de edad, a la que conoce durante un viaje en tren a San Petersburgo. Pocas conversaciones reflejan tantos dilemas sociales, sentimentales, políticos y profesionales como ésta.
Y pocos personajes como el de Alisa Z. representan con tanta fidelidad a una generación. Alisa Z., Aleksiévich bien lo sabe, está muy cerca de transformarse en arquetipo. Y eso supone haber parido algo muy importante. Svetlana recuerda que grabó con dictáfono aquel encuentro porque le sorprendió que una mujer tan joven, criada entre los mejores aromas de la disidencia, huyera del mundo cultural que le legaban sus padres. Alisa Z es una mujer que ha contemplado demasiado cambio tumultuoso, demasiada psicopatía en sus compatriotas y el derrumbe de los salvíficos ideales que guiaron su infancia y adolescencia. Alisa Z. quiere a sus padres, lectores devotos de Pasternak, Gogol, Chejov, etc., pero no les entiende. Ella ha pasado miedo y hambre y ha jurado que eso no le volverá a suceder. En la década de los noventa, cuando las mafias comenzaron a adueñarse de Moscú y hombres de negocios armados hasta los dientes tomaron el control de las empresas más rentables, se hizo una mujer fuerte, se blindó contra el dolor de los recuerdos mientras huía en pos del fastuoso mundo que llegaba con el dinero y el modus vivendi occidental. Pero la triunfante ejecutiva Alisa Z. está sola. Una vez estuvo locamente enamorada de un hombre casado que la abandonó al saber que esperaba una hija. Algo falla en las mujeres fuertes: frecuentemente acaban solas. Pero desde su soledad, con una hija pequeña, Alisa Z. ha construido su fortaleza. Y lo que es mucho más importante: de sus "voces" volcadas al dictáfono de Aleksiévich, nace una nueva sociología: "La soledad ya es algo que se elige. Ahora, los solitarios son personas de éxito, personas felices, tienen dinero. Soy una cazadora y no una presa sumisa. La soledad se parece mucho a la felicidad".
Un personaje literario se asoma a la trascendencia si se transforma en personaje de teatro. Hace dos años que la actriz Patricia Jacas comenzó a representar el hermosísimo monólogo de Alisa Z. que Aleksiévich ha publicado. Hace dos años que Alisa Z. ha cobrado vida propia y es un personaje que recorre España bajo la piel nívea de su "alter ego" Patricia Jacas, que durante poco más de una hora, en un escenario mínimo y minimalista logra una de las mejores composiciones teatrales que se pueden ver a día de hoy. Tras más de treinta noches juntas, la actriz Jacas conoce a Alisa Z. mejor que ella misma. Y la somete en el escenario. No le permite exabruptos ni salidas de tono. En el escenario apenas sucede nada: aparece una mujer joven, sobre un diván y entre objetos de manicura, teléfonos móviles, copas de vodka y de champán, y nos cuenta su vida. El escenario es un mar de tranquilidad. Pero el conflicto se hace drama en las entrañas de Alisa, en sus dudas, en sus vacilaciones, en sus radicales certezas. Sobre el escenario se pasea una corporalidad contenida ante una tormenta interna. Sobre el escenario, la actriz Jacas. Chejoviana. Habla, habla y?Y canta. De una soledad muy parecida a la felicidad, se titula la balada.

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