Llevamos un año con un tiempo horrible. Hasta ayer no ha dejado de llover a cántaros. En la playa, por mucha playa que sea, no hemos visto el sol apenas. Pero esta tarde, mientras Perú y Dinamarca disputaban un partido del Mundial de Rusia, he sentido que el verano entraba por la ventana que da al noroeste. Llegó como si nada, de una manera callada. Dicen que los conflictos y las guerras empiezan por un cambio en el lenguaje de los adversarios que poco a poco van cargándose de razones para la pelea. El verano en la playa empieza el día que tienes que quitarte un jersey y puedes pasear por casa en manga corta. Ese primer día, con esa temperatura tan extraña, la cabeza se revoluciona. Y miras todo lo que te rodea con una cierta extrañeza. Y luego, al atardecer, si te fijas, puedes ver el sol esconderse allá al fondo, entre las rocas. Y si un rayo verde brilla, decía Eric Rhomer, que hay que pedir un deseo con fuerza. A Rhomer siempre se le dieron bien las playas. Y las conversaciones jaleadas por las olas.
Tony Scott, el hermano fiable (y 2)
Hace 11 horas