Un enxaneta llamado Sergio Ramos


Al último gran clásico de 2016 lo programaron a un horario tal vez adecuado para los bares de Shangai pero poco afortunado para la hostelería española. Así y todo, nos echamos a la calle porque había que ir a por todas y porque cuando la vida se empina de poco vale quedarse recluido en casa entre el calor, el coñac y los amigos que te dan la razón hasta cuando toses. Por eso, por primera vez en la historia quedé con Pedro Pipanti y el gran Mercutio en La Cantina de la estación de trenes de Avilés. La Cantina es un lugar curioso y apreciable. Envuelta en ese tufo romántico y mitológico que desprenden ferrocarriles y amores en despedida, se ha convertido en uno de los lugares más entrañables del Avilés moderno. A ello contribuyen también un buen vermut de grifo, una variedad de cervezas estimable y sobre todo, unas cómodas sillas con mesas amplias donde poder hablar cara a cara, sin Whatsapp mediante.
Un Barsa-Madrid en estos tiempos del cólera merece una escenografía acorde. Eran las cuatro en punto de la tarde y en La Cantina ya no quedaba ni un alma que no mirase para alguna de las pantallas gigantes porque se intuía que este Barsa Madrid era partido grande.
El Madrid de Zidane es un equipo que va para gigante. Tras la estela de Zizou, se moldea un equipo educado, elegante y respetuoso con todas los rituales y efemérides locales. Este sábado el Madrid decidió homenajear a Eduardo Mendoza por su Premio Cervantes. Y escenificó El misterio de la cripta embrujada: “Habíamos salido a ganar; podíamos hacerlo…”. Pero en cuanto vimos que nada más empezar Benzema remataba de cabeza el hueso parietal de Cristiano Ronaldo y que Mascherano le hacía una llave de kárate a Lucas Vázquez y que allí no pasaba nada empezamos a sospechar que la victoria no sería fácil. El ambiente entre los espectadores se caldeaba con la estopa que repartía el Barsa y alguna zamorana de Jordi Alba. El recital de Luka Modric no tenía recompensa y el tiempo se nos iba entre las manos. Así, al trantran, llegamos al descanso. Tras 45 minutos de batalla casi todos los parroquianos menos uno concluían que Benzema sobraba. Estábamos jugando con diez contra el Barsa y en su casa.
Zidane tarda en hacer cambios y no gustó a la grada que se fueran Isco Y Kovacic antes que “el felino” ayer sin garras. Por suerte, el Barsa estaba con la empanada. Messi era irrelevante lejos del área, justo allí donde Valdano, el esteta, siempre le ha augurado una jubilación dorada. Pero en una jugada tonta, falló Varane, que no es el de hace un par de temporadas, y Suárez, el yorugua de gran arcada dentaria, clavó un cabezazo contra las mallas de Navas. Un escalofrío recorrió el local. Tocaba, otra vez, la remontada. Este Madrid de Zidane es un equipo moderno y antes que a la pasión se da a la fe en sus fuerzas y a la calma. Entre caña y caña de una extraña cerveza checa aguantamos media hora de marejada blaugrana donde pudo pasar de todo pero no pasó nada. Este Barsa camina hacia la irrelevancia.

El Madrid de Zidane es un equipo animoso y valiente. Y cuando el marsellés vio que la Razón ya escaseaba apeló a las emociones, a los latidos más ancestrales del alma. Y quitó a Caín Benzema y sacó a Mariano. Y cambió el panorama. Cristiano pasó a pelearse con dos y no contra cuatro defensas azulgranas. Pero el gol no llegaba. Mi fe, lo reconozco, flaqueaba. Hasta que en el minuto 89 llegó aquella falta. La parroquia contuvo el aliento. Se nos pararon los pulsos mientras alguien citaba Lisboa, Milán y otras noches mágicas. En cuanto Modric acarició con su guante de seda aquel balón hacia el área en La Cantina se cantó la “remuntada”. Antes de que el balón llegase a las mallas me giré gritando el gol con todo el alma. Y juro que ví a Sergio Ramos trepar sobre mis hombros, sobre los de Pipanti, los de  Mercutio y los de toda la hinchada. El Madrid de Zidane es un equipo que empatiza con las tradiciones regionales. Ayer tarde los chicos de Zidane hicieron un Castell  que coronó de certero cabezazo un enxaneta de Camas. Al poco, Clos Gómez nos mandó a casa. En La Cantina la gente se iba aliviada. No hemos ganado la Liga pero ayer recordamos lo que Joe Louis decía tras cada rival que mandaba a la lona: “ It is all is over”. O sea, “éste ya no se levanta”.







This entry was posted on domingo, 4 de diciembre de 2016. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. You can leave a response.

One Response to “Un enxaneta llamado Sergio Ramos”